El poema muerto por los celos
Dos mujeres a la vez, y no estar loco… aunque en el caso de Emilio la explicación del bolero no acaba de encajar totalmente con la historia.
No era una cuestión de amores sagrados o prohibidos, aunque el tabú social estuviera allí, por supuesto. Era otro su sentir. Es cierto que una ya era la madre de sus hijos y la otra no. Pero, siendo importante, eso no era decisivo. Estaban en su vida las dos. Y la pasión que sentía por las dos, por cada una de ellas, era un narcótico mas poderoso que la propia vida, que se había apoderado de su centro, que vivía en sus entrañas, que cabalgaba su sangre hasta dejarle extenuado para hacerle revivir al instante siguiente con renovada pujanza. Estuviera con la que estuviera, quería también estar con la otra. Y la sed que provocaban cada una de ellas, no la saciaba ninguna de ellas. Eran dos mujeres a la vez…. y no estaba loco, solo era cautivo en la ardorosa cárcel que despertaban, (no era el único al que conseguían someter, pero eso es otra historia), en permanente estado de exaltación y rendido, porque no escribirlo, a su sexualidad, que alimentaba la suya con un vigor inusual. O esa decía él.
Oír a Emilio aquel día, cuando descosió sus labios, sellados por su caballerosidad innata, y bajó la guardia, mecido por el alcohol y la música…, y al declinar del día, y para mi sorpresa, se tornó mas locuaz de lo habitual, …… mientras se dejaba acunar por el rumor de las confidencias, ………fue singular. Pocas veces me ha sido dado oír a un hombre hablar con tanto respeto y tanta pasión sobre su relación no con una, sino con dos mujeres. Musitaba lo que, en otras circunstancias, hubiera parecido una plegaria. Lo que, probablemente, para él era una oración, pagana, procaz .. pero oración, al fin y al cabo. Infieles las dos por naturaleza, leales solo a ratos, tal y como se desprendía de su historia, las adjetivaba con devoción. Una pantera lúbrica, decía. Incapaz de sujetar su naturaleza en ningún caso. ¿Para qué? Capaz de devorar, y me estás entendiendo perfectamente, todo lo que cayera a su alcance. Sexo y solo sexo. Un misterio, añadía. Una belleza morena que escondía tesoros sin descubrir, terrenos por explorar, bajo un aire lánguido de chica moderna. Que invitaba, sin palabras, a sobrepasar todos los limites. Que hacía de su aparente indiferencia un polo magnético para todo lo prohibido. Y no sabías de cual de ellas hablaba. O si lo hacía de las dos y mezclaba recuerdos como el que agita hielo en un vaso de whisky, antes de apurar los sorbos.
Había leído por entonces, recién publicado, el libro de Antonio Colinas, “Sepulcro en Tarquinia” e impresionado por el poema central, se lanzó a la aventura de escribir algo similar. Cabe decir que, para entonces, por una u otra razón, ambas mujeres habían puesto cierta distancia con Emilio. Permanecían en su vida, pero no estaban con él. Bebían otros labios, frecuentaban otras camas, fieles a su naturaleza infiel, y mi amigo asistía, mentiría si dijera que impasible, como espectador privilegiado, a lo que todavía eran. Situacion que ellas abonaban con particular saña, pues a pesar de todo, ninguna renunciaba plenamente a él, y, para sorpresa de todos, tenían celos la una de la otra como solo algunas hembras son capaces de tener. Algo que le producía, por igual, dolor y anhelo. El atractivo glorioso de lo perdido, la esperanza de un imposible.
Remató su poema. Autocrítico por hábito, por una vez pensó que había escrito algo que podía darse a leer. Un poema digno, de ritmo pausado pero armónico, lleno de emoción, con un tono melancólico que casaba perfectamente con su propósito y con su estado de ánimo, algo doliente pero esperanzado.
Nunca nadie lo pudo leer, salvo una de ellas. Debilidad, probablemente. Solo una de ellas supo donde se guardaba el único original que Emilio tenía. Y solo ella pudo descifrar que, a lo mejor, solo a lo mejor, era la otra la real destinataria del poema.
Años mas tarde, cuando las cicatrices eran solo un tenue recuerdo, Emilio volvió sobre el poema. Para descubrir que no estaba donde debía estar. Que alguien lo había hecho desaparecer. Solo una de ellas pudo hacerlo.
Como por casualidad, he encontrado entre los papeles de Emilio un manuscrito que, sin duda, perteneció al poema. Un fragmento …. salvado de los celos.
……………..
Está en el dulce aroma de la tarde
tu presencia.
Tu reclinada silueta
se dibuja entre los troncos de los pinos.
Hay un rumor de gaviotas en tus manos,
un escalofrío como de arpas en tus dientes,
un bramido de mar que vaga entre tus sombras.
El algodón tembloroso de la túnica
que baña tu cintura,
que rodea tus hombros, se agita.
Prisionero del viento,
se ciñe a tu contorno.
Has llegado.
El gesto altivo,
mordiéndome en los labios,
atezada la piel,
escasa la cintura,
negros los ojos,
amor mío… toda la vida
pendiente de tus deseos,
todos lo sueños
llorando en tus pestañas.
…….
De «Frente a Vosotros».
Inédito