El autocar de los prodigios

 

Mustafá conduce a toda velocidad por la autovía. El autocar es una bestia rugiente que no deja de acosar a cualquier coche que se le pone por delante. Los turcos de turno miran por el retrovisor preguntándose que demonios pretende el loco que conduce aquel mastodonte. Pero, impertérrito, Mustafá no levanta el pie del acelerador.

El paisaje es abierto. El valle por donde transcurre la carretera, surcado por un río de aguas bravas, de un leve color parduzco, parece fértil. Se va estrechando a medida que avanzamos. Y la luz crepuscular, filtrándose a través de nubes deshilachadas, hace que las montañas parezcan aun mas cercanas, como si se recogieran, reverentes, sobre la cinta de asfalto por la que circulamos.

Mi mente no sabe de treguas. Algunas veces, pocas … no vayamos a entusiasmarnos… la vida te obsequia con un guiño portentoso. Casi mágico. Sencillamente, y con la misma simple deriva con que te va dejando sin amigos que creías para siempre… casi como sin querer, como sin pretenderlo …. cuando ya no te lo esperas…. va y te devuelve algo de lo perdido y aparecen en tu camino, casi por casualidad, un racimo de buenas personas. Y Mustafá, en este atardecer algo desmayado, lleva a bordo un buen puñado de esa clase, “rara avis”, de compañeros. Mi cabeza bulle.

Es el final de una larga jornada. Josep, una vez más, nos ha exprimido y, por supuesto, viaje dentro del viaje, nos ha obsequiado con su interminable saber. Dormita. Una cabezada breve. Una pausa.

Y, entonces, y a pesar del cansancio, ellas se apoderan del momento. Y a mi lo que más me gusta, lo que prefiero, es escucharlas. Esas bromas de mujeres empoderadas, esos comentarios rápidos y afilados, mezclados con guiños dialécticos insuperables, esos juegos de palabras atrevidos, siempre sazonados con citas que revelan su elevada cultura y que, a su vez, delatan su origen. No me canso de oírlas hablar ni ellas se cansan de hacerlo. Tema tras tema, un rato y otro rato, sin pausa, sus voces se apoderan de todo. Del aire, de la luz, del espacio, del sonido y, en especial y como no, de la risa, sobre todo de la risa. Todo tamizado por esa ternura inherente a su manera de entender la vida. Ellos, que los hay, y de notable estatura humana, también son importantes, desde luego, pero ellas, ellas reinan por encima de cualquier consideración. Pura brujería.

Y, paradoja, yo dejo de ser yo para ver como aflora alguien que creí desaparecido. Y, aunque, como de costumbre, parezco mas de lo que soy, dejo que las risas me inunden, se disipe la angustia, se disuelva la tristeza. Y se obra el prodigio. El sosiego surge como por ensalmo. El miedo a la muerte, que ha estado cercana, va quedando atrás. Un conjuro invisible llena de calma mi afligido corazón, se desvanece la melancolía, y lo que suele ser una leve sonrisa se convierte en un manantial de carcajadas, una cascada de regocijo. Un jolgorio interminable. Y levito. Creedme que floto. De pura paz interior.

Mañana será otro día. Distinto. No le van a faltar alicientes. Es imposible que eso ocurra, estando donde estamos y siendo los que somos. Veremos lugares excepcionales y cosas maravillosas. Comeremos y beberemos, o no, según el día. Y volveremos a ver mas portentos y a vivir otros momentos de asombro, nuevas sorpresas. Pero el rato bueno, el que no puede faltar a la cita inevitablemente, es el que beberá del hechizo de compartir, una vez mas, ese espacio común, lleno de su seductora presencia.

Y, anhelo…, espero que vuelva una y otra vez, año tras año. Y dará igual el país. Y resultará indiferente la carretera, y el modelo de vehículo ni sumará ni restará. Ni llegará a ser relevante el chofer, salvo cuando sea etíope. Aunque esa sería otra historia. Lo que de verdad importará es que, de nuevo, podré volver a estar, con todos, pero sobre todo con ellas. Impaciente, aguardo a que regrese el encantamiento, a que se desboque, otra vez, el autocar de los prodigios.

                                                                 Turquía, agosto de 2018