Hojas sueltas (III)

XI.-

El bello, el drogadicto y el traidor.

Encontrar en la caja de Emilio, entre varias paginas sueltas,
una con titulo que
parafrasea la celebre película de Leone fue muy divertido.

Leerla fue otra cosa.
Un texto ácido, sin destinatarios aparentes.
O yo al menos no logro identificarlos.
Igual ellos, si alguna vez lo leen, si saben verse retratados. A saber.

 

 

Con trece años era tan guapo que las matronas del barrio opinaban que “parecía una chica”. Guedejas rubias, largas al uso y desaliñadas por supuesto, ojos verdiazules, labios perfectos, nariz exquisita, mentón ovalado, .. lo dicho. Un verdadero ángel de belleza etérea. Permanentemente vestido con un jersey de lana con las mangas mas largas que los brazos y unos pantalones viejos, se codeaba entonces con rockeros de medio pelo, adoradores de “Los Rollings”, apiñados alrededor de un viejo tocadiscos en el que sonaba permanentemente un edición sin censurar del “Sticky Fingers”. El ángel, cuando empezó a hacer sus primeras armas en el tema de las chicas, antes de convertirse en un cobarde, empezó coqueteando con una chica que tenía nombre de flor, era divertida como pocas y destilaba  sensualidad y atrevimiento. De andares felinos, mirada limpia y curvas incipientes pero prometedoras. Un regalo de la vida. Que, de la noche al día, para mi sorpresa y la de muchos, cambió por la compañía de una amiga de su hermana cuyo atractivo, se mire como se mire, todavía hoy permanece oculto. Luego vino lo demás. La Secta y una deriva ideológica. Un matrimonio extraño. Y una huida. Cuando las cosas se complicaron en el entorno familiar, nada de remangarse y ayudar, nada de “caridad cristiana”, nada de amor filial o fraternal. Mejor esconderse en la concha de un proyecto excluyente y darle la espalda a tus orígenes. Salir por piernas cuando las cosas se complican. Y, si se puede, despreciar incluso a la madre que te parió. Ignorar lo que has sido, incluso desde una pretendida superioridad intelectual, ningunear tu propia sangre para instalarte en lo cómodo, en lo fácil. Belleza marchita, al final.

 

 

En aquella época, drogarse era una actitud aparentemente progresista. Solo los muy progres lo hacían. Tenía algo de ruptura. Y pasaba por ser un acto de coraje. Y él, claro, era todo eso. Un dinamizador de su entorno. Un líder natural. Un personaje osado donde los hubiera. Y ya veis, acabó convertido en un memo que se drogaba a todas horas. Si le diéramos voz, con su verbo fácil y sus heredadas dotes de seductor de vía estrecha, podría convenceros de que empezó a drogarse por amor. O algo así. Si algún día lo conocéis, ya os contará la historia. Pero a estas alturas, ya no me la creo. Se drogaba por débil. Simplemente. Y por que, además, podía justificar lo injustificable. El truco mendaz de acabar pensando como vives en vez de intentar vivir como piensas. Pequeño, nervudo, permanentemente ansioso, hecho de rabos de lagartija diría su madre, siempre fue un quebradero de cabeza. Para su padre, que acabó malcriándolo para que no transcendiera su drogadicción, para su madre, que se dejó media vida por arrancarlo de la maldita heroína, heroína ella de verdad, y para si mismo. Que de haber podido ser todo un personaje, optó, al final, por la senda trillada, la perpetuación de alguna perversa tradición familiar y el egoísmo mas recalcitrante. El peor de los egoísmos. El egoísmo del débil.

 

 

Sus hermanos debieron de haberlo ahogado en la cuna. Cuando nació, su padre inundó la casa familiar con sus fotos con gorrito de jockey, a pesar de que el caballo más próximo estaba a cientos de kilómetros de distancia. Suerte que, según tengo entendido, no eran celosos. Y los desvaríos de un padre que ya empezaba a chochear no merecieron mayor eco. Y si todo hubiera quedado ahí….. Su madre podía reñir a sus hermanas mayores porque no le hacían la cama. Si. Habéis leído bien. Tenía catorce años y no se hacía ni la cama. Claro. Que podía venir luego….¡ El pequeño jinete se convirtió en un vago redomado, un cretino que creía merecer todo tipo de agasajos, que se sabía de memoria sus derechos, los que tenía y los que se irrogaba pero que fue incapaz de conjugar ni una solo vez el verbo agradecer y que jamás se planteó que pudiera tener obligaciones para con algo o para con alguien mas que para con él mismo. Incapaz de terminar nada de lo que empezaba. Capaz de morder la mano que le daba de comer. De repetir el mismo error en el plazo de un par de años. Un personaje sin limites morales, un cínico fingidor y artero. El impecable arquetipo del traidor. Lastima lo de la cuna.