Hojas sueltas (X)

XX.-

La Ramona en el dintel.

En El Port, en la calle que hoy es “de la Mare de Deu del Port”, al final de un pasaje descampado que era la prolongación de la calle Foneria (en su momento Fundición), en la esquina, estaba el colmado. «Casa Ramona». Nada que ver con la orgullosa empresa de nombre similar, cuya antigua fábrica modernista acoge hoy “Caixa Forum”. Nada que ver con los bloques que hoy almidonan la zona. Un colmado en una finca medio ruinosa.

De los de medio pelo, de los de entonces, con su barril de salazones en la puerta, sus sacos de legumbres abiertos y sus cestos de frutas, a la intemperie, ofreciendo su contenido a insectos y transeúntes. ¡Reclamo comercial donde los haya!. Por supuesto, la obligada cortina de tiras de plástico, para las moscas. Dentro anaqueles polvorientos y botellas de licores antiguos. Pirámides de latas en precario equilibrio. Y el mostrador de imitación mármol. Decoración para aquel barrio marginal. Un lujo.

Y la Ramona, claro. Una matrona de voz tonante, como de vikingo, lengua viperina, mirada fiera, y carnes abundantes; hasta el punto de que sus formas bajo el mandil carecían de sutileza alguna. Aunque a ella eso le daba lo mismo. Estoy seguro.

Para mi madre, un lugar al que peregrinar, sobre todo cuando el mes, cualquier mes, estuviera por acabar. Cuando había agotado todas las posibilidades de hacerse, en la Cooperativa, con las cuatro vituallas indispensables para sus cachorros. Mientras su marido, ¡qué no falte de nada!, manejaba a su capricho los menguados recursos que generaba. Un ejercicio de egoísmo aún hoy incomprensible. Difícil de adjetivar. Del que la Ramona no tenía culpa alguna. ¡Qué conste!

Porque la Ramona, esa era la clave, vendía a crédito. Alguna libra de legumbre o algunos quilos de patatas. Algo de bacalao. Alguna lechuga. Sin más. Sin lujos ni excesos de clase alguna. Simplemente, algo de entrante y algo para echar a la cazuela. Pizcas que mitigaran la espera de cada final de mes, hasta que apareciera, si es que aparecía, algo de dinero en casa. Un fin de mes eterno. Como todos los finales de mes.

Eso sí. La Ramona era implacable con los morosos. ¿Cuantas veces acabé por verla recortada en el dintel de nuestra modesta vivienda, recriminando el retraso en el pago pactado, sin miramientos, sin cuidado alguno a que los vecinos oyeran la conversación, …….. mejor dicho, …… sus gritos y supieran de nuestros eternos apuros económicos?

Y, entonces, el esfuerzo para saldar la deuda.

Solo para poder retomar el ciclo. Compra al fiado, demora en el pago, la Ramona en el dintel, los gritos, el pago en el último momento y volvamos a empezar.

Bendito colmado. Bendita Ramona, gritos y bochorno vecinal incluidos.