¿Desfachatez o envidia?

Intentar obtener prestigio daña la dignidad
“La devoción del sospechoso X”
Keigo Highasino

 

Introito.

La gente detesta a los abogados. Incluso las personas mas prudentes, aquellas que solo emplean lenguajes políticamente correctos, las que contemporizan, incluso esas en su fuero interno, los detestan. Nos detestan. Leyendas de todo tipo, chistes buenos, regulares y malos, algunos muy malos, y, como no, refranes populares, “Advocats y Procuradors, al infern de dos en dos”, dice el dicho.

Y tiene varias explicaciones, pero la que prefiero es aquella que pone el acento en el hecho, indudable, de que nuestra mera existencia, la de los abogados, es una prueba, irrefutable, de la estupidez humana. ¿Cómo, si no, denominar a esa niebla espesa que parece invadir el cerebro de los seres humanos en situaciones que debieran resolver con una simple conversación y un posterior apretón de manos y, sin embargo, acaba degenerando en un pleito que da de comer a varios letrados? Personas que se han amado, que han convivido, que se han reproducido son, en miles de casos, incapaces de finalizar su relación sin que intervengan los abogados. Personas que han trabajado durante años codo con codo, cuando aparecen las dificultades, pueden llegar a eternizar sus diferencias al ritmo desesperante de cualquier juzgado. Hermanos que se han querido con sincero afecto pierden la brújula cuando la herencia no favorece sus expectativas (o las de sus conyugues, todo hay que decirlo) y se convierten, para su desasosiego posterior, en carne de sentencia. Y así en casi todas las situaciones y entornos que podáis suponer. La lista de ejemplos sería inacabable.

Y toda esta reflexión, os diréis, ¿qué tiene que ver con el titulo? A ello voy. En realidad, se trata de una entradilla para poner en contexto un par de historias, que no conocería si no fuera abogado, por supuesto, pero que hablan de gentes capaces de, mientras maldicen de los letrados, chulearles durante muchos años. Porque, en realidad, piensan que ser abogado es fácil y que, sobre todo, que ellos lo hubieran podido hacer, y mejor, si hubieran tenido el título. Pequeño detalle sin importancia, para ellos. Y siempre, porque no suele fallar, so pretexto, para mas “inri”, de una amistad que, luego se sabe, siempre es mentira, nunca existió. Culpa suya. Nada más peligroso que trabajar para algunos amigos. En realidad, nada más peligroso que escogerlos mal.

Dicho de otra manera. Diez mil abogados en el fondo del mar son el principio de una gran historia, pero hay por ahí, suelto, cada pelaje capaz de darle la vuelta a la maldición histórica y dejar chica cualquier leyenda en torno a los leguleyos, que en nada tienen que envidiar a los denostados letrados.

Primera parte: “el gallego”

Un gallego mas fino que el coral. Una especie de Cardenal Mazarino venido a menos, siempre sonriente, con ínfulas de cachondo y divertido, siempre pendiente de su imagen y del “qué dirán”, intentando siempre elaborarse un prestigio a golpe de cualquier cosa, a casi cualquier precio, pero al que, por lo que se ve, no se le podía dar la espalda ni un minuto porque, como lo hicieras, te colocaba una daga entre la tercera y la cuarta intercostal, mientras él, claro, ponía cara de asombro a la par que se le escapaba la sonrisilla mezquina entre los labios. Que quede claro que en esta historia nada hay contra los gallegos y que nadie desea dejarse arrastrar por los tópicos. De verdad, nada contra los gallegos. Pero, al parecer, éste….

Apareció disfrazado de vecino del letrado. Su esposa era una chica introvertida pero amable y muy hospitalaria. Y, como sucede siempre con todas las relaciones, al principio era muy agradable tratar con ellos. Hasta se esmeraban. Sobre todo, ella. Probablemente porque venían de ambientes familiares similares. Familias humildes con muchos hermanos y bastantes penurias. El era otra cosa. Hijo de militar y exseminarista. Y muy pagado de si mismo. Suficiente para poner a cualquiera sobre aviso. A cualquiera …. menos a un ingenuo impenitente como nuestro letrado. Además, tenían hijas de la misma edad que simpatizaron. Lo dicho. Todo muy agradable.

Hasta que le confirió el honor, que luego se reveló dudoso, de querer colaborar profesionalmente con él. Como estaba en sus inicios, y eso siempre te convierte en sospechoso, que la empresa para la que trabajaba nuestro gallego le encomendara algún asunto era un privilegio. Y allá fue. Poniendo los cinco sentidos en todo lo que hacía, estudiando aún mas de lo habitual, repasándolo todo hasta el exceso, porque no podía fallar. Dándolo todo, vamos. Y, por fortuna, con éxito. Y mira tu por donde, cuando llegó el momento de cobrar, se torció la cosa. Qué si es mucho, qué si no ha sido tanto trabajo, qué lo hablo con mi jefe y te digo…. Meses y meses dándole largas para poder cobrar una parte del fruto de su trabajo, un dinero que precisaba porque, como es sabido, abrirse paso en una profesión y mas si es liberal, siempre es duro. Un dinero que nunca acababa de llegar. Y, eso si, más encargos. Y resuélveselos rápido y bien. Para no fallar. Y para ver como la pelota del “ya te pagaré” se hacía cada vez mas grande.

Incapaz de sentarse delante de él, mirarle a la cara y decirle la verdad. Que le está haciendo los encargos porque, al margen de su calidad como profesional, no puede ir a otro despacho a no pagar, como hacía con él, porque las cosas no van bien, porque la empresa tiene muchos problemas y, evidentemente, poco dinero. Incapaz de mirarle a los ojos y pedirle que le eche una mano, que lo necesita y que.. hazte a la idea, ya te pagaremos. Lo mínimo para que hubiera podido tomar su decisión y sentirse dueño de su trabajo y su tiempo. Lo mínimo para salvaguardar su dignidad. Y …. adivinadlo. La historia se fue repitiendo. Te pago un poco y te dejo a deber más. O este tema, que no me queda mas remedio que pagarte, lo cobrarás tarde, mal y ….con un descuento que te impongo porque sé que necesitas el dinero. Un encanto, vamos…

No voy a negarlo, nuestro letrado reconoce que “el gallego” alguna vez tuvo algún detalle. No todo fueron sombras. Pero pocos. Detalles me refiero. No sea que se malacostumbrase.

Un día, era inevitable, todo estalló. Cuando los imponderables industriales y la impericia del truhan se mezclaron, todo se derrumbó. Se creó tantos enemigos que encontraron la forma de asfixiarlo económicamente. Al margen de que tanta mentira es difícil de sostener durante tanto tiempo. Todo se fue al garete. Y, aunque cueste creerlo, allí estaba él. Para arremangarse y pasarse seis meses de su vida trabajando, durmiendo solo tres o cuatro horas diarias, porque a alguien que, a pesar de todo, creía su amigo, le habían puesto un pleito en el que le reclamaban 1.000 millones. Si, leéis bien. Antiguas pesetas, pero 1.000 millones. Con más 100 de intereses y 100 de costas. Y contra pronóstico (porque los demandantes tenían razón, pero no la supieron demostrar) el letrado de nuestra historia ganó el juicio. Tras un calvario procesal que resulta inútil detallar porque nadie creería. En todas las instancias. Y piensas…. esta vez sí, esta vez te va a contar que su trabajo se vio recompensado. ¡Ni hablar!  Con un pretexto repugnante, el galaico se evapora y le manda a un interpuesto para que por enésima vez regatee a la baja, pero que muy a la baja, el precio de su trabajo. Que, no importa, claro está, además ha estado a punto de costarle la salud.

Pero da igual. “El gallego” se deprime y allí está él. A disposición. Y no le falta un detalle cada noviembre, aunque también sea su cumpleaños y no reciba ni una triste felicitación. Y cuando necesita trabajo, lo sitúa al frente de una empresa que es cliente suyo, con un contrato superblindado y una remuneración que casi alcanza la suya. Para que se sienta bien y no tenga problemas de auto estima ni personal ni profesional. Y porque un amigo siempre es un amigo. Y… si, lo habéis adivinado, lo primero que hace al llegar es pedir sus facturas, las de nuestro letrado, para ponerlas en cuarentena….. y tardar dos años en atenderlas. Si, habéis leído bien, dos años. Deduzco que fue una muestra de agradecimiento…. Y con su coartada moral y todo… no vaya a ser que la gente piense que como le paga, lo hace porque es su amigo….

Más. Un golpe de suerte lo coloca al frente de una empresa relevante. Y se va. Solo faltaría. Y deja su tarea a medias en la empresa donde lo colocó, sus facturas sin pagar, por supuesto, y además le pide que le cobre lo que le deben de los últimos meses…… Pero en un gesto de magnanimidad, le encarga que reflote la nueva empresa …. No porque confíe en él, por que aquella vez lo sacó de un apuro mortal … no, solo porque es el mas barato y porque …. ya sabes, le pagará como y cuando le dé la gana y lo que le dé la gana. Piensa que esta vez no se atreverá…… y comete la enésima necedad. Y se repite la historia. Hace un trabajo brillante, de esos que terceros privilegiados espectadores de su tarea califican de “encuadernable para las escuelas de negocio”, consigue acuerdos inverosímiles y contra pronóstico con las administraciones publicas, y ….. si, si …….le prometen colaboraciones de futuro, pero ….. sus facturas primero cogen polvo y luego se pudren en un archivo anónimo. Con premeditación y alevosía, porque, por supuesto, se esperan a que haya cerrado todos los acuerdos para decirle que no le van a pagar el esfuerzo extra. Y cuando pide explicaciones … corre a coger el teléfono para quedar y mirarle a la cara y darle una explicación…… ¡qué te lo has creído! ¿No ves que es “el gallego”? No tiene coraje para mirarle a la cara. Y por última vez que le vuelve a dejar en la estacada. ¿Por última? ¡Qué va!

A alguien muy próxima y muy vulnerable y muy frágil y muy indefensa, a alguien muy importante para nuestro letrado le diagnostican una grave enfermedad. De las que dan miedo de verdad. De esas en las que se juega la vida. Y allá que va nuestro hombre, haciendo de tripas corazón, a luchar contra el destino que golpea donde mas le duele. A ayudar en todo lo que pueda. No hace falta que lo escriba, ¿verdad? Le llegan ánimos de casi todas partes, pero nunca de él…… está tan ocupado que no se le ocurre llamarle un día para simplemente hacerle un rato de compañía. Sigue resolviendo los problemas de la empresa y alguno ocasional de la familia del galaico, pero él no sabe coger el teléfono y hacerle llegar una palabra de ánimo…… Y, esta vez si, esta vez se cansa de almacenar agua en un canasto de mimbre. Y lo dice …..¡por fin! “Déjalo, porque no me tratas con respeto y nunca estás cuando se te necesita”.

Y ahora, cuando acaba de escupir el relato, ……. porque esto no está contado, está escupido, ………. y antes de permitirme publicarlo en mi blog, me confiesa que va a coger papel y enviárselo de su puño y letra con una nota, un solo interrogante: ¿Cómo has podido ser tan mezquino? Pero duda y cual Saulo camino de Damasco……cae del caballo. Y remata. Me reconoce que el sonsonete que alguien le ha estado susurrando al oído durante todos estos años, acaba por abrirse paso y disuadirle: “No solo no era tu amigo…. es que además siempre se ha muerto de envidia”.

                                                                                                   «continuará» 
                                               Segunda parte: “el jugador de bridge”