La libreta gris. Tercera parte.

X.-

Emigrando, para empezar.

Tras una boda de la que no recuerdo memoria gráfica alguna, salvo, quizás, un pequeño primer plano de mi madre, sonriente…… una boda que siempre dio la sensación de que fue, sin serlo, como a escondidas, el destino fue Barcelona. Teniendo, como tenían, un cierto arraigo en Madrid, jamás se supo el porqué de esa decisión. ¿Qué los llevó allí? ¿El solo hecho de que ya era tierra de promisión? O posiblemente la voluntad de encontrar un nuevo escenario, lejos de toda relación familiar, donde empezar, literalmente, de cero. Porque cero era lo que tenían. Pero, ¿por qué? Parecía más sencillo intentarlo en Madrid, donde él tenía al grueso de su familia y ella había trabajado en la empresa de su tía Rafaela durante bastante tiempo. En algún tenue rincón se esconde, sin duda, un distanciamiento buscado por razones no siempre comprensibles y, desde luego, nunca explicadas. ¿Él estaba herido porque le obligaron a vender, con el pretexto cruel del reparto de una herencia, la papelería en torno a la que pensaba edificar su futuro? ¿Por ello se alejó de todos? ¿Huía de algo mas? ¿O era ella la que no deseaba volver porque había descubierto el deshonesto proceder de sus familiares, propietarios de lo que era una mutua incipiente, en torno a la recién implantada seguridad social?

Sea lo que fuere, Barcelona fue su elección. Y una habitación con derecho a baño y cocina, su primer destino. Frente a los “Jardinets”. Allí vivieron hasta que algunos año después, la puesta en marcha de una factoría automovilística les proporcionó a él su primer trabajo estable y a ella un piso de protección oficial donde cobijarse con su camada. Luego os cuento.

De aquella época era la foto, por supuesto en blanco y negro, donde una joven, cuyo nombre os desvelaré otro día, futura campeona de bolos y luego esposa abandonada en extrañas circunstancias, juega con un niño y unas palomas. Tenue recuerdo de aquellos días. Aparentemente felices. Cerca de la parroquia de los Capuchinos, (un “hola, cordero” incrustado en la memoria evoca a Fray Bernardo), con un entorno amable, al calor de las buenas obras en el Somorrostro, el instante atrapado en la fotografía no permite ver, no desvela todavía una trastienda emocional más compleja. La inocencia del crío flota sobre aquel tiempo que ella evocara siempre como de incertidumbre laboral (algo que, por otra parte, la va a acompañar siempre), tiempo de no llegar nunca puntual a pagar la habitación, lo que recordó siempre con especial amargura por el trato recibido de la patrona, tiempo de sobrevivir empeñando las piezas del ajuar que bordara en su pueblo natal, al calor del brasero, en las frías tardes de invierno, de ver como su esposo, incapaz de encontrar trabajo en una ciudad en la que, sin especial dificultad, podía trabajar de algo quien quería trabajar, se escapaba solo al cine porque, al parecer, solo tenían dinero para una entrada, la de él, claro. Un breve boceto de deslealtades posteriores.

Fue entonces cuando vivió su primer encontronazo con la lengua que nunca aprenderá a hablar. Perdió un buen puesto de trabajo porque colocaron en él a alguien menos capaz y más inexperta, solo porque disfrutaba de un rotundo apellido catalán. Había que oírle contar la historia. Unas veces en clave dramática, otras sacando a relucir una sorna peligrosa, imitando a los protagonistas de lo que, en ese momento, parecía un sainete. Pero lo que cierto es que nadie pudo convencerla jamás de que aquella pérdida de independencia marcó indeleblemente su vida. Fuera o no su plan, quedarse sin trabajo y encinta prácticamente a la vez, selló su destino. Iba a nacer su segundo hijo.