La pistola se encabritó. Falta de práctica. Hacía más de cuarenta años que no disparaba una. Y esta era un trasto. Pero a esa distancia no podía fallar. Vi antes la cara de miedo del destinario que el impacto en su pecho. Un borbotón de sangre. Un grito ahogado. Un cuerpo que se desploma. Una venganza cumplida. No fue importante que me robara dinero. Pero su cinismo de entonces, abusando de mi confianza y riéndose en mis narices, me había llenado de amargura. Había esperado, pacientemente, mi momento.
En la lejanía, una sirena. Posiblemente de la policía.
Su prestigio no le sirvió para defenderse. Sorpresa total. La bala destrozó el arco ciliar derecho. Maldita pistola. Casi no acierto. Un gritito agudo se escapó de sus labios. Como siempre. No sabía quien era yo. Y nunca me iba a relacionar con la actriz a la que humilló. Su mezquindad achacándole el fracaso de la película era imperdonable. Daño gratuito. Daño cobarde. Rencor larvado durante años. Tema zanjado.
La sirena se iba acercando a toda velocidad.
No me esperaba. Llevábamos mas de veinte años alejados. Y a la ultima persona que pensaba encontrar era a mi. A su hermano. Seguía teniendo la misma mirada innoble, los mismos ojos desleales. Sin palabras. El cañón del arma buscó su corazón. Esta vez el tiro fue mas preciso. Ya se sabe. A la tercera…. La afrenta quedaba lavada. No se puede morder la mano que te da de comer. Cuenta saldada. Por fin.
Chirriaron las ruedas y el coche se detuvo en la puerta. Paró la sirena.
Lo que iba a suceder a partir de ese momento ya no importaba. La semana anterior me habían dado el diagnóstico: enfermedad terminal. Inesperado. Al principio me angustié, pero luego…. ¿por qué no? Ese escenario me daba la posibilidad de dar rienda suelta al rencor. Ajuste de cuentas. En mi estado, nadie decretaría mi ingreso en prisión. Y si lo hacían, ¿qué importaba? Costó un poco, pero conseguí una pistola. Y tres balas. Y la ira desapareció para siempre
Llamaron a la puerta.