19/XI/1952 – 20/XI/2012
«La memoria es un rayo de luz en
un muro cubierto de escarcha»
(«La huella de tu ausencia», Kim Echlin ).
«Y al final del cuento,
como siempre,
cicatrices»
(«As de guía», Tontxu)
I.-
Cuando su viuda apareció en el dintel de mi puerta, no supe bien a que atenerme.
Ella me detestaba y tras el doble trago de tanatorio e incineración, pensé que no la vería nunca más. Ni falta que hacía. La segunda esposa de Emilio nunca había sido santa de mi devoción. Muerto él, ella daba igual.
Vestida con desaliño, probablemente para realzar lo doliente de su figura, mal peinada, no murmuró ni una palabra. Aferraba con las dos manos una caja vieja que lucía todavía las etiquetas de una conocida marca de botas de montaña. Un gesto brusco y la caja quedó como depositada a mis pies. Se giró y musitó: “Él hubiera querido que las tuvieras tú”. Para cuando quise reaccionar, había desaparecido. Sin ni siquiera despedirse. Ni un “ahí te pudras”. Lo que, por otra parte, era de esperar.
Dejé la caja en el canterano de la entrada. Tenía asuntos inaplazables que atender. Las viejas botas de montaña de Emilio y mi curiosidad podían esperar. Cuando giré levemente la vista para volver a mirar la caja no fui capaz de intuir lo que venía.
No recuerdo cuantos días habían pasado cuando la asistenta me hizo notar que aquel no era el sitio para ninguna caja. Y menos aquella. Estorbaba. Dispuesto a complacerla, me hice cargo. Su destino natural era el trastero de la buhardilla. Por la escalera se me ocurrió levantar una esquina de la tapa. Y, para mi sorpresa, en lugar de las viejas botas que supuse había, la visión de una amalgama informe de hojas de papel, pequeñas libretas, fichas anotadas…. me sorprendió. Detuve la subida y me desvié hacia el sillón donde leía habitualmente. Abrí la caja en mi regazo y sumergí las manos en aquel desbarajuste de lo que ahora se me aparecía ya como un anárquico conjunto de notas, un puñado aparentemente inconexo de borradores y confidencias escritas con la inconfundible letra de Emilio. Ojeé algunas notas. Muy personales. Sin duda.
No soy capaz de determinas las horas que, clavado en el sillón, dediqué a devorar todos aquellos caóticos relatos que la viuda de mi amigo había puesto en mis manos. Pero mi cuerpo entumecido y mis ojos enrojecidos a partes iguales por el agotamiento y la emoción, pedían una tregua.
Un leve refrigerio para recomponerme. Mientras especulaba. ¿Qué se suponía que, amén de leerlo, debía hacer con todo aquel material? ¿Ordenarlo? ¿Corregirlo en la medida de lo necesario? ¿Publicarlo? ¿Qué esperaba la viuda de Emilio que hiciera? ¿Y Emilio? ¿Debía convertirme en su editor?
Parecía un material literario de primer nivel. La prosa de Emilio era compleja pero dotada de una fuerza evidente. Lo que contaba .. a retazos.. pero no exento de cierta coherencia ….. era una historia dolorosa. Con luces y sombras, por supuesto. Conocía alguno de sus capítulos pero otros me resultaban, además de sorprendentes, absolutamente novedosos. Aquellas notas, aquellas fichas, aquellas libretas escondían vivencias que quizás debían contarse. Releí algunas. Me detuve en varias fichas con anotaciones aparentemente inconexas pero que, en su conjunto, cobraban sentido. Una de las libretas te llevaba a la conclusión de que Emilio, en algún momento, había intentado hilvanar la historia. Algunas hojas sueltas trasmitían la sensación de que hubiera intentado autocensurarse. Eran episodios especialmente duros. Desconocidos para mi que, hasta aquel momento, creía saberlo todo sobre él. Había cartas muy personales.
Me tomé un respiro. Imaginaba su rostro, especialmente sereno casi siempre, mientras repasaba algunas de aquellas líneas. Traté de imaginar cual había sido el deseo de mi amigo. Y, como por ensalmo, percibí un guiño. Una sonrisa entre pícara y cómplice iluminó el recuerdo. Y con el corazón en un puño, me puse a la tarea. “In memoriam”.